Pero el otro día desperté y sobre mi cama estaba este bendito juguete así que empecé a manosearle sus partes aún medio dormido hasta que sin darme cuenta se formo un cubito. El cubo más hermoso de toda la creación. ¡Lo había logrado! Lo miré por horas. Sentía que él me miraba también y me decía: “gracias”.
Sabía que si lo desarmaba no iba a lograrlo de nuevo. Así pues que decidí tomarle fotos al proceso de desarmarlo para luego armarlo cuando me dé la gana.
Y eso hice. Lo arme y lo desarme todo el tiempo durante los siguientes dos días. Luego reaccioné y pensé: “¿Habrá otra manera de hacer el cubo?” Intente una vez y como era de esperarse, no lo logré. Lo volví a armar calladito nomás viendo las fotos y lo deje sobre mi mesa de noche hasta el día de hoy.
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